sábado, 17 de enero de 2009

PARAWHORE

Niña perversa

Una niña de doce años, una cachorra desnutrida de nombre Elena Mejías escondía una incipiente pasión. Su madre –quien mantenía su tiempo ocupada en atender a sus inquilinos- no tenía tiempo de percatarse que su hija se transformaba en un ser diferente. Atrás comenzaba a quedar aquella niña callada y tímida afecta a chuparse el dedo.

Cierto día, llegó un hombre de agradable aspecto de nombre Juan José Bernal quien se hacía llamar sí mismo El Ruiseñor. Desde su llegada, las cosas comenzaron a cambiar en la pensión. La madre de Elena alquilaba sus cuartos a gente de bien, estudiantes, empleados etc. Nada sucedía en su casa sin que ella se diera cuenta gracias precisamente a Elena; la hija, casi imperceptible para los demás, conocía la manera más segura para escabullirse por los pasillos sin ser vista. Cualquier detalle sospechoso era bien sabido por la madre pues Elena la mantenía al tanto de todo. Quién habló por teléfono, quién recibió visitas, etc.

La madre de Elena era todavía joven y ciertamente, se había olvidado de sí misma, su estricto carácter no le permitía ayudar a vagos o malvivientes y gustaba de mantener un estricto control con sus pensionados. Hasta la llegada de El Ruiseñor. Juan José Bernal llegó para romper todos los esquemas de la pensión. La madre de Elena fue seducida por la pretensión del Ruiseñor. Un afiche que lo representaba como a un bohemio y trovador le llamó poderosamente la atención. Elena se sorprendió de sobremanera pues su madre lo aceptó en la pensión sin cubrir ni un requisito de los que exigía. Juan José no cubrió el deposito, exigió dos duchas al día, se dijo vegetariano y, en su calidad de artista, pidió se le respetara su costumbre de dormir de día pues trabajaba de noche. Elena notó un sutil cambio en su madre al notar sus nalgas sudorosas que se transparentaban a través de su delantal. El cambio se hizo más evidente pues la madre comenzó a usar perfume, lápiz labial, nueva ropa interior etc.

Un domingo por la tarde, mientras el bochorno impedía hacer cualquier cosa, El Ruiseñor se apareció en el patio con su guitarra y comenzó a cantar. Todos los huéspedes se juntaron a su alrededor, la hija se acercó a la madre quien amablemente la retiró. Elena pronto se sintió atraída por El Ruiseñor quien, sin tener una maravillosa voz, supo crear un ambiente de fiesta como nunca antes se había dado en la pensión.

La niña entraba poco a poco en la pubertad, pronto se encuentra erotizándose con las ropas del objeto de su deseo. Sabía las horas en que Juan José se ausentaba y aprovechaba su ausencia para recostarse en su cama entregándose a sus sueños y deseos.

Cierto día, Elena se percató de que su madre y Juan José mantenían una relación que iba más allá de lo supuesto por lo que ahora decidió espiar a su progenitora.

Una noche, cuando Elena regresaba del cuarto de Juan José, escuchó ruidos en la habitación de su madre; conocedora de todos los atajos para pasar desapercibida, ingresó al cuarto y descubrió a la pareja retozando entre las sabanas. Elena observó el cuerpo de su madre y la expresión, nunca antes vista, que la adornaba: penso que esa misma expresión podría tenerla ella misma.

Poco después, la madre le habló a su hija de cuestiones menstruales, sin embargo la infanta pensaba que eso no le pasaría a ella. Al poco tiempo sintió malestares hasta que un día salió de sus clases entre mareada y confusa. De camino a casa recordó que su madre se encontraba en el mercado y al juzgar por la hora, era factible que encontrara solo a Juan José. Al llegar a su habitación espero a que su vista se acostumbrara a la oscuridad y le enseñara el cuerpo descansado del joven. Poco a poco se fue acercando a él; con cuidado lo besa y espera una reacción. El Ruiseñor se dejó llevar por los sentidos y sentó al pequeño cuerpo sobre sus rodillas, un instante de duda lo hace reaccionar y al descubrir a la pequeña seductora, la aventó con fuerza mientras le reprochaba: Perversa, niña perversa.

Elena fue internada en una escuela de monjas, su madre se casó con su amante y entre los dos administraban la pensión. A pesar del paso de los años, la imagen de la niña se grabó en la mente y los sentidos de Juan José quien pronto se vio obsesionado con aquel recuerdo. Gustaba de espiar a colegialas y comprar ropa de púberes con las que acariciaba su cuerpo. Al cumplir Elena veintisiete años visitó a su madre y a su padrastro. Para sorpresa de éste último, la joven mujer había olvidado todo de aquella mañana.



CUENTOS DE EVA LUNA - ISABEL ALLENDE

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